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domingo, 29 de enero de 2012

Paradoja

No hay nada como esa cara de estúpido, esa mirada perdida y esos pensamientos difusos, que sin embargo siempre van dirigidos a alguien. Ese sentimiento de bienestar, de completitud, de calidez, de seguridad. El saberse omnisciente, omniabarcador, omnipresente, saberse dios y demonio, un ser sobrenatural, estar por encima de este mundo. Todo esto lo provoca eso tan fugaz y efímero que lleva por nombre amor. Ese instante que reclama eternidad, como diría Nietzsche. Eso que en su momentáneidad nos hace creernos eternos, perenes, inamovibles, inmutables. Apoteóticos, titánicos, soberbios. Pináculo de la creación, receptores de la divinidad. Somos uno con el Universo y el Universo es uno con nosotros. No hay nada que nos turbe, no habrá nunca nada jamás que nos destruya. Eso pasajero, eso instantáneo nos hace poseedores de las más grandes venturas. Paradoja, dicotomía, contradicción, eso encierra el amor. Creador y destructor, benefactor y tirano. Perpetuador de la especie como quería Shopenhauer, o el soplo divino que quería Fromm.

Pero en el momento en que termina su vida provisional es cuando cae la amargura, la incompletitud, la debilidad. El sentimiento de vulnerabilidad, de peligro, de acecho, de soledad que devasta. Inútil y absurdo, inverosímil en un mundo irreal, banal y fútil, es lo único que atraviesa al alma y que habita en la mente. Todo termina, el ciclo se cierra. La intencionalidad cambia, la percpeción se transfigura, el mundo es otro, el otro es completamente Otro. La alteridad sinuosa. El otro al que se solía amar se vuelve extranjero, extraño y hasta amenazador. Animal predador agazapado, esperando dar el zarpazo mortal. Así entonces, los ojos, que antes me parecían luminosos, deslumbrantes, reveladores, que desnudaban todo a su paso para llegar hasta la raíz misma de las cosas, a su esencia, que penetraban en todo y descubrían la verdad última, ahora no son más que un par de glóbulos oculares, referencias anatómicas, mera funcionalidad. Mi voz, que otrora te parecía la llave para todos los secretos del cosmos, el sonido revelador del Ser, la cosecha indescifrable de millones de años, ahora te parece chillona, monótona, aburrida, molesta. Tu sonrisa, que fuera lo indecible, lo inefable, un gesto que revelaba la enormidad y bastedad del universo entero ahora es metáfora gastada, lugar común, sosa, ridícula.

El amor nace y muere, como la real y necesaria insignificante vida de una mosca; como la ficticia e innecesaria existencia de un dragón milenario. El amor tiene el carácter cierto de una limitación temporal, como todo en este mundo. Como toda y cualquier existencia que transcurre en el espacio-tiempo. El amor en el tiempo nace, se desarrolla y muere, como el ciclo biológico vital de cuanto existe. El tiempo lo crea y lo destruye, lo protege y lo destroza, el tiempo que hace a la memoria y al olvido. En el tiempo se pierde el amor, muere. En el tiempo desaparece, en el tiempo deviene el no-ser.

También es en el tiempo que nace el amor de nuevo, como el círculo místico de la serpiente que devora su cola. Muere el amor pero también brota de nuevo en un botón de flor frágil y primaveral. El amor es cambiante y perecedero, como somos los humanos, sus creadores. Nace para volver a morir, es el ciclo incansable, siempre una repetición impuesta por la inteligencia suprema.

Más no le digas jamás esto a tu nueva conquista, a tu nuevo amor, a tu nuevo ídolo. Si lo haces matas sus ilusiones, sus esperanzas y sus alegrías incluso antes de que hubieran emergido; y las tuyas desaparecen en concomitancia. Enamorarse de nuevo es lo único que asegurará la continua existencia del género humano. El acto de reproducción no puede eliminarse, ni tampoco suprimir lo anímico, lo metafísico del encuentro carnal, amoroso, sin igual. No tengas presente lo efímero del encuentro, vive en esa inmensidad del instante que te sobrepasa. Finalmente tu vida es aún más corta que la del amor mismo, finalmente el amor es inabarcable, inmenso, absurdo y sin sentido. No trates de comparar tu presencia con la de él, puesto que te destruiría sin dejar si quiera que lo pruebes. No tengas nunca en cuenta su caducidad, nunca pienses en el porvenir incierto que te procura. Y trata de olvidar los amores pasados, aunque nunca lo logres realmente. Porque por eso mismo, el tiempo crea la memoria y el olvido.

1 comentario:

  1. Hablas de completitud y calidez, pero eso sólo parece ser un aspecto de lo que llamas amor. El anhelo insatisfecho o la tremenda lejanía a pesar de estar a pulgadas de distancia pareciese más el punto de referencia respecto a ese "sentimiento-estado-lo que sea". ¿Acaso sólo la relación hombre-mujer motivada por esa broma de Dios o la Naturaleza merece ese epíteto? No lo sé. Pero igual, habría que diferenciar ese anzuelo llamado enamoramiento, del amor. Nuestro lenguaje se vuelve ambigüo y limitado. Es la concupiscencia amor. Tampoco lo sé. Y si continuo, llegaré a un no sé nada, pero sin la socrática aquiescencia de la propia ignorancia. Y probablemente, todo lo que en un momento dado fue importante, esta destinado a no ser olvidado jamás. Just my two cents. Keep writing man.

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